sábado, 24 de junio de 2017

Día festivo: Letra y nube, de Juan Antonio Bernier

LETRA Y NUBE: FRAGMENTOS DE UNA CANCIÓN QUE NO SE OYE

Confesaré mi metedura de pata con este libro de Letra y nube (Pre-Textos, 2017), el día de su presentación oficiosa, cerca del cordobés Cristo de los Faroles. Tuve la fortuna de cruzar unas breves —las primeras— palabras con Curro Bernier a raíz de la audición (sí, audición, como en las salas de conciertos) de sus versos. Sorprendido por la extrema brevedad de sus poemas (el más largo alcanza ocho líneas), quise dármelas de crítico perspicaz y los quise calificar de aforísticos. Juan Antonio se apresuró benévolamente a discrepar: por encima de lo lapidario (que no existe, porque aquí no hay piedra: todo está latiendo) está lo lírico. Hoy soy yo el que más disiente de sí mismo. En los poemas de Letra y nube no se detecta la deliberada y fría sentenciosidad del aforismo, sino la inmediatez espontánea y palpitante del estribillo lírico, como si cada poema fuera parte de una canción más larga de la que Juan Antonio solo nos transmitiera lo fragmentario: la esencia de la quintaesencia.

SONIDO: SU NIDO

La nieve en el alba,
el alba en el filo,
en el filo el ave,
el ave en su trino.

¿Para qué decir más? Podría alargarse el poema con una pintoresca descripción de amaneceres y plumas, pero entonces no tendríamos el brillante tallado, sino la veta basta y opaca de carbono.

Confieso que acabo de hacer trampa. He emparentado estos versos con la lírica castellana más genuina y popular, de estirpe medieval y renacentista. La asociación no es mérito mío. Cuando le alabé a Bernier, entre otras virtudes, la elección de la rima consonante —ya hay que estar loco— de algunos de sus poemas, me declaró que la inspiración de este poemario partía en cierto modo del aire sentencioso, escueto, musical y, sobre todo, extremadamente lírico de la ancestral poesía castellana.

Es una de sus virtudes, no la más valiosa, pero sí preciosa: la sonoridad. Confieso que hay poemas que, como una buena canción, han estado cantándome en la cabeza durante varios días:

NOCTURNO

Oscuramente ardía
detrás de la alambrada
la luz anaranjada
de la refinería.

O la que abre el libro, perfecta como una esfera:

EL ECLIPSE

Para volver en sí,
la luz de la mañana
compuso en la ventana
un paisaje sin mí.

La mayor parte de estos poemas nacen de la observación. El yo lírico se desvanece, más bien se transfigura en el paisaje contemplado. ¿O es más bien al revés? ¿Es el paisaje, la naturaleza, los objetos quienes componen su particular naturaleza viva en el alma de Bernier?

NUEVA GRAMÁTICA DE AQUÍ

La esfera es imperfecta.
En la flor del granado
fructifica otra esfera.

SORT SOL

Nubes de plancton.
Los estorninos son
seres acuáticos.

Por último, y para no subvertir con palabrería el espíritu de Letra y nube, no quisiera dejar pasar un aspecto que ya me llamó la atención en el anterior libro de Bernier, Árboles con tronco pintado de blanco (Pre-Textos, 2011): la primoridial importancia del título, acrecentada aquí por poemas tan breves, tan breves que los títulos parecen primeros versos desgajados del poema, con el que incluso emparentan por la rima:

MEDITACIÓN JUNTO A UN SAUCE

¿Beber un vaso de agua
me convierte en un cauce?

DE LA FRAGILIDAD

Un sépalo que envuelva
al pétalo solar.


Con todo, junto a estos, hay poemas agrupados bajo un título genérico o bajo un simple número arábigo, lo que revela el esfuerzo de Bernier por podar su expresión hasta las últimas consecuencias. Y a propósito de esto (y ahora sí calla la prosa), en algo sí discrepo con Juan Antonio Bernier. Recuerdo haberlo oído tachar su propio título de cursi. Mentira: es tan certero como definitorio. Letra y nube: letra tan etérea, tan casi muda que se evapora y se va, como una nube. No por semejanza real, sino por afinidad de intenciones, me recordó al último poemario de José Mateos, Otras canciones (Pre-Textos, 2016), en las que el poeta jerezano soñó con «escribir unos poemas tan sencillos, tan desnudos, que parecieran invisbles». Esa es la virtud de estos poemas de Bernier: parecer invisibles, pero latir con vocación de eternos.

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