miércoles, 4 de octubre de 2017

Fabulazo o fábula de fábulas

Ahora mis alacranes van a mirar para otro lado, como hacían los modernistas ante el Desastre del 98. He aquí que comienza la fábula de fábulas, el Fabulazo, que contiene, como en una cebolla, fábulas dentro de fábulas:

El olmo filósofo

Un olmo con dilemas metafísicos
meditaba a los bordes de un otoño
sobre la eternidad. Secas sus hojas,
caían en la tierra poco a poco
como pañuelos de mujer romántica.
La muerte abría huecos en el tronco
y socavaba la raíz. Y el árbol,
después de siete siglos con el torso
erguido, se inclinaba al suelo exhausto.
Y estaba preocupado. Pues ¿qué ignoto
destino le esperaba tras la vida?
¿Tal vez la vida? ¿Quién sabía? Todo
se dibujaba tan incierto y lúgubre
que, desde que empezó el verano, sólo
pensaba en ello: si al morir no había
nada de nada, ¿para qué este embrollo
de luz, raíces, sales, lluvia y humus?
Y si al morir, vivía de otro modo,
¿cómo sería, dónde, en qué materia?
¿Sería más perfecto, más hermoso,
más sabio?
  Cuando el sol de aquella tarde
se puso y puso el firmamento rojo,
el viento oyó decir al viejo árbol:
«¡Ay! ¿Qué será de mi follaje de oro?».
Y al punto, el viento mismo, como un ángel
en embajada, removió en un soplo
otras hojas más grandes y nevadas
que había justo al pie del tronco añoso.
El olmo descubrió, como en respuesta,
un libro. Allí encontró su cielo propio,
convertido y escrito en esas páginas
repletas de sabiduría y oro.
Así verás tu alma cuando caigan
las ropas de la piel, y sobre el tronco
desnudo empieces a vestir de flores
la simiente perpetua de tu otoño.
Así en el libro aquel al pie del árbol
en el que, atento a su futuro, el olmo
leyó el siguiente cuento con sus hojas
verdes haciendo el menester de ojos:


    El hipocondriaco

Érase una vez un joven
de talante hipocondriaco.


Y hasta aquí puedo leer. Para mañana, la fábula del hipocondriaco.

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